Hoy
decidí muy temprano que no permitiría que nada ni nadie haga de mi día un mal
día. Tomé esta determinación pues caí en cuenta que lo que realmente es malo
para mi, es permitir que una persona, una situación o un problema, o incluso
hasta el clima me afecten de tal forma que los propósitos que agendé hoy para
cumplir mis metas no se lleven a cabo.
Hoy
ha sido un día raro, es que diera la impresión que alguien me escuchó y decidió
poner mi buena predisposición a prueba, porque desde las 8.30am solo me han
pasado cosas atípicas, cargadas negativamente, contrarias a lo que se esperaba,
en fin, en resumen como que todo se confabula para cuestionarme a ver si es
verdad eso que nada ni nadie me puede malograr el día.
La
verdad es que no, hoy al menos, nada ni nadie porque se lo debo a ese muchacho.
El día de ayer, cuando salía de mi oficina en Surco rumbo a una reunión en el
Callao y maldecía por dentro por el calor, la hora, la distancia y hasta por la
combi en la que iba, de pronto noté a un muchacho en la misma combi. Yo iba en
la incómoda maderita que está detrás del piloto y este muchacho de unos 20 o 24
años, gordito, con facha de skater, iba en el asiento preferencial. Lentes
oscuros y gorrita, mientras que a mi lado en la madera iba una señora delgada,
algo mayor y que se veía muy demacrada. Lo primero que uno piensa es ¿dónde
está la preferencia? Pero escuché a la señora “bajamos hospital” y entendí
todo.
La
combi se detuvo en el paradero de la Av. Primavera justo al frente del Hospital
de Enfermedades Neoplásicas, y la señora le estiró la mano al muchacho diciendo
“vamos hijo”. El chofer se detuvo con cuidado, esperó y todos observamos la
escena. Debajo de la gorra se dejaba ver una debilitada y casi ausente
cabellera y los lentes demostraban unos ojos fotosensibles muy delicados que
con el sol se afectan mucho.
Fue
claro para mí que la bajada de la combi fue todo un logro físico para este
muchacho, pues una vez en tierra debió esperar un momento, tomar un respiro,
apoyarse en su madre y recién decirle “vamos”. Los pasajeros éramos testigos de
todo ello pues la combi avanzaba lento debido al semáforo y de alguna manera
nos reconfortó ver que ya avanzaban y que el muchacho podía seguir cuando
continuamos camino pero, como dije antes, yo iba en la madera por lo que pude
verlos aun un poco más mientras nos alejábamos y me di cuenta que luego de
haber avanzado uno o dos metros, el muchacho se detuvo y fue presa de las
náuseas. Su madre lo auxilió. Tristemente, se notaba que ambos estaban
acostumbrados a esa rutina y yo solo pude pensar “y yo me quejo”.
No
más, se lo debo a ese muchacho que si sabe lo que es tener un mal día. Por ti muchacho,
con mi deseo que los días buenos lleguen para ti y para tu madre pronto.
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