lunes, 17 de diciembre de 2012

La chica y el loco


Es claro que si una chica sale de la consulta con su ginecólogo pues le toca su chequeo de los seis meses de embarazo, lo único en lo que puede pensar es en su bebé, en lo que le dijo el doctor y en lo que tiene que hacer para que todo siga muy bien. Además, claro está, sale llena de ilusión, acaba de escuchar el corazón de su bebé, acaba de ver su cuerpecito moverse en la ecografía, acaba de sentir un poco más de cerca la maravilla que ocurre dentro de ella. Sale en las nubes, eso es normal.

Esta chica en particular, salió de la Clínica Santa Isabel efectivamente muy contenta, caminó hacia el cruce de Guardia Civil con Javier Prado y, en el momento que cruzaba Guardia Civil, en sentido contrario venía un loquito como tantos otros nos cruzamos todos los días, como de los que algunas veces nos reímos, como de los que nos alejamos (puede ser violento), como los que andan cochinos, barbones y medio calatos. ¡Un loco pues! Pasa nomás y sigue tu camino.

La reacción de la chica me llamó mucho la atención. Se cruzó con el loquito y volteó a verlo irse con cara de conflictuada, como entristecida. Siguió cruzando la calle y al llegar a la esquina se detuvo en un puesto ambulante de venta de golosinas y bebidas. Compró un paquete de dos kekitos y un jugo en botella de plástico de medio litro. En ese momento dejó de pensar en ella, en su barriguita, en el mundo maravilloso de ser madre. En ese momento solo pudo pensar en lo injusta que es la vida para algunos y en lo dura que es la sociedad con quien mas la necesita. Caminó sobre sus pasos y siguió al loquito hasta la mitad de la siguiente cuadra, casi llegando a Aviación. Lo alcanzó. Se paró a su costado y sin temor alguno le dijo “señor, tome”.

El solo hecho de escucharse llamar “señor” produjo una reacción de desconcierto en esta persona claramente necesitada de ayuda. Alargó con desconfianza la mano y tomó los kekitos, luego el jugo. Se quedó paralizado sobre el sitio y mirando a la chica de lado, no directamente. La chica lo miró y le dijo “que lo disfrute”, para seguir luego su camino hacia Aviación. Yo caminaba a su lado, hasta ese momento mudo testigo (y algo a la defensiva) de la magia del amor en el corazón de este increíble ser humano. Avanzamos algo más de media cuadra y me pidió que voltee a ver si estaba comiendo, efectivamente lo hacía destrozando el empaque. Bebió el jugo casi de un solo trago y luego de unos segundos de pausa, siguió su camino.
 
 

Mi esposa es esa chica, quien una vez más me dio una lección que difícilmente alguien tiene la suerte de recibir. Ella me dijo como explicándome el por qué hizo lo que hizo, lo siguiente: “Imagínate si alguien le da dinero y quiere ir a comprar algo, dudo que alguien le venda o sepa cómo hacerlo. Además, nadie lo ayuda por miedo o falta de importancia ante su necesidad. No se puede comunicar, no sabemos si alguien lo busca o lo extraña, después nos sorprendemos con tanto caso de desaparecidos y uno de ellos podría ser él, no podía pasar sin hacer nada. Igual siento que no hicimos nada”.

Esa chica es mi esposa y si hay algo de lo que estoy seguro además del increíble ser humano con el que me casé, es que nuestra hija será educada en la solidaridad, el amor por el prójimo y la búsqueda de la felicidad en base a producirla en otros. Te amo esposa mía, gracias por ser mi gran maestra en la vida.

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