miércoles, 17 de agosto de 2011

ARTE MUERTE (1992)

Recuerdo claramente el momento, era mi primer ciclo en la universidad y estaba en clase de Lengua Española I, sentado en una carpeta cerca a la ventana. Soñador que no se sienta en la ventana no es soñador. Busqué una hoja casi del final de mi cuaderno de cinco colores, recuerdo que fue el amarillo, y ahí lo escribí. Era 1992 y yo, un muchacho apenas, sentía que con el tiempo las cosas podrían cambiar en el mundo, así que lancé un clamor al viento en mi papel para pedir que reflexionemos, más aun siendo un amante de los animales como de hecho lo sigo siendo. Han pasado casi 20 años, nada ha cambiado. Este 06 de noviembre empieza la mal llamada “Feria Taurina del Señor de los Milagros 2011” y en honor a ello, aquí les dejo mi sentir.
ARTE MUERTE
Y es que realmente
torero eres valiente,
pues coraje es necesario
para ser tan temerario.

Si está claro que es un arte
pues es bello ver la muerte
ya vez que de poesía tiene parte
y gozarlo es una suerte.

Acaso te crees un artista
provocando a un animal
o solo un masoquista
pues puede ser mortal.

Pero casi nunca es así
mas debiera serlo,
que el toro te mate a ti
a ver si alguien quiere verlo.

El hombre cree que es bello
el sufrimiento que no es propio
y por eso pone empeño
mas solo es otro tipo de opio.

Bonita manera de ser racional
la del ser humano,
solo es otro animal
con cerebro puesto en vano.

¡Ya basta con la violencia!
que odio hay bastante
usemos la inteligencia
para salir triunfantes.

Ni toros, cacería o gallos
la vida no es para diversión,
que si los seres no son humanos
también tienen corazón.

La vida en la hoguera

sábado, 13 de agosto de 2011

TRISTITIA (Abraham Valdelomar - 1916)

Sirvan estas breves líneas de homenaje a quien es mi inspiración en el mundo de las letras y del pensamiento coloquial. Sirvan para recordarme que todo empezó con Valdelomar, con mi abuela y un libro en su mesa de noche, con un Caballero llamado Carmelo y una madre triste. Con una alegría que preferí no aprender y un poema que será siempre mi favorito, porque mi abuela me lo enseñó, porque Valdelomar lo escribió y porque entre los tres lo recitamos siempre que necesitamos recordar que tenemos una conexión eterna. Gracias mamama, gracias maestro, gracias vida.

TRISTITIA (Abraham Valdelomar - 1916)

Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañar doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía;
el cielo, la serena quietud de su belleza,
los besos de mi madre una dulce alegría
y la muerte del sol una vaga tristeza.

En la mañana azul, al despertar,
sentía el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado del mar.

Y lo que él me dijera, aún en mi alma persiste;
mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar...

Abraham Valdelomar (1888-1919)


jueves, 11 de agosto de 2011

Raíces de orgullo – Día 4 (Final)

Llegamos a Lima el domingo 31 de noche y luego de casi dos horas de interminable cola en el terminal de Chincha. Decidimos no ir hasta la estación en la Av. México y bajarnos en el paradero del puente Benavides, cosa que de por sí ya me estresaba bastante. De noche en medio de la carretera con las maletas no era mi ideal de llegada. La cosa se puso más de escena de acción porque la película del bus (que no pudimos terminar de ver) era Transformes 2 y ya estaba casi al final en plenos bombardeos, disparos y explosiones. Casi nos sentíamos dentro. Bajamos, rescatamos las maletas de la bodega del bus y empezamos a caminar, cada vez más rápido hasta que se rompió la pata de una maleta, hacia las escaleras. Luego hacia la URP. Finalmente, a tomar el taxi, respirar con alivio y volver a casa.
Todo lo que pasó desde que bajamos del bus hasta que llegamos a casa fue digno de “El Fugitivo”, “Indiana Jones” o “McGyver”. Estresante, riesgoso, complicado. Sin embargo entonces, ¿por qué no parábamos de reir? ¿Por qué todo fue tan divertido? ¿Por qué parecía que nada malo podría pasar ni nada molestarnos? ¿Por qué todo era perfecto?
Ese día nos levantamos temprano, con la sensación de día corto. A más tardar a las 4pm ya queríamos abordar el bus para llegar de día y teníamos la tarea más difícil y a la vez importante por delante: Encontrar a la familia, mis raíces.
Mi abuela me había dicho que vivió en el Jr. El Carmen y ya días antes lo habíamos encontrado. Una pequeña callecita paralela a la Plaza, a espaldas de la Municipalidad. Sencilla, pintoresca y tan parecida a las demás que no tendría nada de diferente, solo que en la cuadra uno vivieron las personas más importantes de mi vida, a las que les debo quién soy. En esa callecita sencilla, pintoresca y tan parecida a las demás vivieron mis abuelos, iniciaron mi familia como la conozco. Vivió mi madre y mi Tata desde que nacieron. En esa callecita sencilla, pintoresca y tan parecida a las demás viví yo sin existir y hoy volvía a caminar sus pasos. La emoción que sentí me excedió y las lágrimas asomaron pero a los pocos segundos pensé “¿y ahora?” considerando que más que la cuadra uno no sabía y quizás ahí terminaría mi búsqueda.
Tomé unas fotos y filmé un poco. ¿Qué más podía hacer? Y noté que a menos de media cuadra había un hotelito sencillo, simpático, donde una señora de cerca de 60 años barría la entrada y conversaba con los transeúntes conocidos. Decidí acercarme a tratar de explicarle y a ver qué pasa. La sonrisa y amabilidad de la señora se pusieron de manifiesto y me dijo “uy papito yo no soy tan antigua pero… a ver…” y empezó a cerrar su negocio desde fuera. “Mi amiga que vive acá a media cuadra debe saber, es la mayor por acá y si alguien sabe, es ella”. El corazón, ese viejo amigo del que mi esposa es dueña y señora, empezó a latir más rápido, como ganándole a mis pasos, como queriendo llegar antes que yo.
Desayuno en LORENA
La Sra. Cristina estaba en casa, pero aun descansaba. Muy temprano, así que como quien hace hora nos fuimos a desayunar con LORENA. La tentación de sus chicharrones fue irresistible. Lamento decir que al salir encontré la bodega Bailetti cerrada, por lo que me quedó pendiente la tarea de comprar ese pisco de dioses que probé el Día 2. No dejaba de ver el reloj. Fuimos por un poco más de encargos y recuerdos para completar el tiempo y se me ocurrió ir a conocer el viejo Estadio de Chincha. Una pena, lo derrumbaron junto con sus laureles deportivos y con sus campeones, junto con su pista atlética y con sus recuerdos. Se fueron, ojalá que en su lugar llegue uno mejor para continuar la tradición, pero un cartel a lo lejos que dice “LOS PORTALES” me hace dudar que sea así. Una pena, lo derrumbaron pero así es el progreso. Derrumba lo que debería quedar y deja lo que debería desaparecer. Es que derrumba a los pobres para que no se vean. No dejaba de ver el reloj.
Una vuelta más y volvimos. Ahora si la Sra. Cristina estaba lista para nosotros, le habían anticipado el motivo de mi visita y su euforia al abrir la puerta fue total. “No puedo creer que venga a verme el nieto de mi amiga”. Mi corazón saltó y yo caí sentado, la emoción era no tanto del encuentro, sino de lo que estaba por escuchar. Mi esposa, testigo de excepción, no disimuló una sonrisa emocionada y me tomó la mano. “Sentémonos, hay tanto que conversar hijito”.
“Dime, ¿cómo está mi amiga?” y claro, yo le conté un poco de lo que era la vida de mi abuelita por estos días, para que luego la Sra. Cristina, como es normal, hiciera un paralelo en su propia vida y razonara con nosotros sobre lo único cierto y definitivo en la vida: “la edad hijo mío, los años pasan por todos igual”. A inicios de la conversación se nos unió su hija Carmen, quien para mi fortuna tenía el hábito de ser una suerte de cronista de la Chincha antigua y conservaba fotos, recuerdos e información de la época de mis abuelos.
Entre las dos nos remontaron a una época que casi siento que viví, cuando Valdelomar aún era el referente de la zona (a la sazón tío de mi abuela), el hijo predilecto recién desaparecido. Cuando para ser campeón había que ser chinchano y todo chinchano era campeón, para vivir ahí había que saber tomar pisco, ¡qué cosa! Entre los recuerdos de la Sra. Cristina que su hija Carmen se encargaba de aclarar y las crónicas que ella misma guardaba para que su madre pintara con el color de 1940, recibí mucho más de lo que fui a buscar. Recibí además los mejores comentarios sobre mi abuelo, un caballero ilustre en Chincha Alta por esos años, parte del grupo del Club Internacional y destacado empresario de bebidas gaseosas, amigo de todos, compadre de algunos, enemigo de nadie. Los más tiernos recuerdos de mi abuela, hermosa dama ella, “periquísima tu abuelita, andaba regia siempre” me dijo. Detalles de cómo se reunían para aprender costura fina y disfrutar de las chicas corriendo por la calle, lindas niñas que luego serían bellas mujeres y mejores madres. Una de ellas la mía. Ya moría la conversación, pues la Sra. Cristina estaba cansada (aunque por ella seguiría sin tregua), con la promesa de su hija Carmen de averiguarme más sobre ellos y su vida allá, cuando la Sra. Cristina alza la vista como el flash de un recuerdo final y dice “¡pisquera como ella sola!” a lo que yo solo pude agregar de forma automática “si, hasta ahora es así”. Entonces, todos nos echemos a reir. Le di una llamada a mi abuela por el celular para que conversen un momento, un gran y emotivo momento, una mirada al pasado delante de nosotros, un guiño de ojo al tiempo que si pues, pasa para todos por igual, pero en ellas hizo una excepción, una pausa, fue para atrás un momento y nos regaló algo irrepetible. Finalmente nos despedimos con la tarea pendiente de volver, créanme que lo haremos y pronto. No todos los días te encuentras con el tiempo.
Un guiño de ojo al tiempo
El viaje continuó por unas horas más en que visitamos la bodega Naldo Navarro, resentida con el paso del tiempo pero aun con ese olor a tradición, a pisa de uva, a artesano. Yo ya no me pude sacar del corazón lo vivido con la Sra. Cristina, pero la pasamos muy rico. Compramos vinitos, cremas y macerados aquí y allá, tejas y claro, galletas de agua para la abuela. Su único encargo.
La Pileta del Vino - Naldo Navarro
Hora de irnos mi amor, hora de volver a casa. Aunque, aquí también estuvimos en casa. “Me encantó” me dijo ella. “Entonces, ¿volvemos pronto?” repliqué. “OBVIO”.
Hoy conozco un poco más a mi patria, conozco un poco más a mi familia, conozco un poco más a mi esposa. Hoy me siento un poco menos ignorante, pero mucho más CHINCHANO.


lunes, 8 de agosto de 2011

Cómo meter un tubular en una botella de vino – Día 3

Dos días han pasado y mucho hemos comido, qué duda cabe que es hora de bajar tanta gastronomía con un poco de adrenalina y naturaleza, así que decidimos que el sábado sería día para la aventura. Día para cumplir la ilusión de mi esposa, que de forma totalmente desprendida se ilusiona no por ella sino por mí, porque conozca Paracas y Ballestas, porque vea la belleza de la naturaleza, como antes yo hiciera con ella en Islas Palomino. Entonces Paracas será, para allá vamos pero, ¿cómo llegamos?
Decidimos el camino “difícil” pero resultó muy bueno y ameno. Tomamos el inefable Soyuz a Pisco y llegamos en menos de 30 minutos a un “terminal terrestre” bastante artesanal en medio de la carretera, pero oportunamente junto a la entrada a Paracas, desde donde tomamos un taxi y en menos de lo que toma pensarlo, ya estábamos en el malecón. En otro suspiro contratamos el tour y hecho, en minutos más navegaríamos a Islas Ballestas.
Aprovechamos para dar una pequeña vuelta por el boulevard, las tiendas, los recuerdos. El recuerdo más recurrente que pudimos encontrar fue el mismo en todos lados. El terremoto. Me quedó nuevamente clarísimo que no se hace nada por recuperar al menos lo que se tenía antes de tan terrible momento. Los puestos de venta son solo planchas de tripley acondicionadas para permitir la venta tipo stand, los restaurantes del fondo son algo coloridos y variopintos pero en el fondo lo mismo, prefabricados, y finalmente el boulevard del centro si está muy bien cuidado y conservado de cara al mar, pero con mirar un poquito detrás del maquillaje, se nota que tras la pared de atención al público de los restaurantes, la devastación sigue igual. Es triste. Al punto que el propio muelle público anda en permanente refacción, cubierto por un mosquitero para indicar el camino. Y pensar que cobran un impuesto por uso, el Estado debería pagarle a Paracas un impuesto por abandono. En fin, estamos para disfrutar y… ¡es hora de embarcar!
Islas Ballestas
La ruta a Ballestas es agradable, la brisa hace el efecto deseado y solo quiero cerrar los ojos y respirar hondo. Me encanta navegar. A mi esposa no, ella sufre. Sé que lo hace por mí y lo valoro mucho, sé que ella ya conoce y lo valoro más aún. Sé que no lo volverá a hacer y empiezo a valorar más el estar ahí con ella. Pasamos el Candelabro con su historia y teorías y llegamos a las islas, me recuerda mucho Palomino pero aquí se ven estructuras rocosas más impactantes y una fauna más activa. El espectáculo es de agotar rollos, es que casi provoca tomar fotos con cámara antigua y revelarlas luego con ilusión. Quedé maravillado una vez más por lo bien que la naturaleza hace las cosas sin nosotros. Dimos la vuelta y era momento de regresar. Es curioso, el cielo se está abriendo por partes y las nubes dibujan interesantes formas. Hay una que me llama mucho la atención, parece medio corazón y decido completarlo con mi mano. Debo decirles que fue muy fácil dibujarlo con los dedos, pero tarea titánica fotografiarlo, igual quedó alguna que deja entender la magia del momento, eso de tocar el cielo adquirió nuevo significado, más literal y más íntimo.
Corazón en el cielo
Finalmente tocamos puerto y volvimos a tierra. Gratísimo momento que no olvidaré, estaba encantado sin saber que quizás venía lo mejor. Un cebiche antojadizo y una conversación con José.
“José se llama y lo tengo entrenado, dos soles y le das de comer” nos dijo el pescador que andaba cerca al muelle. “De verdad, mira, ¡José! ¡Ven acá!” y efectivamente, un enorme pelícano renegó un poco y se acercó a saludar. Había algo en la relación entre ellos dos que resultaba encantador, algo que te decía “si pues, son amigos” y que me dejó prendado. “Ya regresamos José, almorzamos nosotros y te damos de comer a ti”.
Ida y vuelta por el boulevard y no encontraba donde sentarnos a almorzar, no porque no hubiera sitio, sino porque no me llamaba ninguna mesa. Al final me di cuenta que la mesa ausente debía ser nuestra, ¿cómo así? Pues resulta que en un muy concurrido restaurante llamado Bahía I noté que tenía mesas perfectamente alineadas afuera, sin embargo en la esquina había un hueco y se me antojó que ese era el lugar perfecto para sentarse. Mi esposa solo suspiró resignada, “teniendo tantas mesas en todos lados, tú te quieres sentar donde no hay mesa” y nos anclamos en ese lugar a esperar que una mesa se desocupe y ver si la quieren mover para allá. La chica que atendía en el restaurante no paraba de reir al vernos ahí parados, celosos guardianes del lugar sin mesa y, finalmente cuando se retiró un grupo, nos cargó una mesa y dos sillas y nos habilitó esa esquinita olvidada, mágica, perfecta. “Un vaso de agua y la cuenta por favor” y luego de dudar, tanto la chica como mi esposa me miraron y soltaron la carcajada. “Tanto jorobar para eso jajajaja” y acto seguido estábamos leyendo la carta, muy buena y apetitosa. A los pocos minutos llegó el cebiche, el chicharrón y la cervecita para esperar. Era cosa de unos minutos. Ya casi. Si, explotó el sol en Paracas. No, no hacía calor, explotó el sol con una intensidad digna de sombrero. Antes de empezar a comer, fui rápidamente a ese puestito donde vi ese sombrero y lo compré. Dice mi esposa que me queda muy bien, así que no me lo quitaré más. Si ella lo dice, yo le creo. Paracas dice, así que es buen recuerdo.
Delicioso e inspirador
Un cebiche notable, fresquísimo y un chicharrón delicioso fueron devorados en breves minutos para luego hacer la sobremesa con una cervecita helada. Como es mi costumbre, el saldo del cebiche (la leche de tigre del plato) la dejé caer generosamente en mi cerveza (con gestos y muecas de mi esposa que desaprueba ese hábito mío). Para mi es delicioso, aunque confieso que no encuentro a nadie que piense igual. Terminamos el almuerzo, paseamos un poco y fuimos a buscar a José. La imagen fue muy gráfica del vínculo entre ambos. Sentados en la orilla, mirando al mar como dos buenos amigos esperando que muera el día. Nos acercamos.
Era buen momento, menos gente y más tiempo para conocer a José El Pelicano. Todo un personaje sin duda, comió un poco, se tomó unas fotos con nosotros y alzó el ala para decir “nos vemos”. El grupo lo esperaba bajo el muelle y hacia allá se fue a retozar un rato. Nos quedamos con el gentil pescador a quien nunca preguntamos su nombre pero asumimos que sería José. Se notaba que quería conversar, “son de Lima” dijo con ojos de cuéntame que te cuento y la charla se abrió. Nuestras vidas son poco menos que mundanas en la capital así que “así es, cuéntenos maestro ¿qué tal fiestas por acá?” y su lógica fue la nuestra, “difícil después del terremoto y estamos abandonados”. Nos contó cómo la tragedia pasó ese día muy cerquita de su vida, pues llegó a su casa y la encontró destruida por completo, sin rastro de su mujer e hija. “La fuerza sale maestro, no se piensa” y movió los escombros sin siquiera recuperar el aliento hasta que vio un bracito. Luego una cabeza, y poco a poco, logró salvar con apenas vida a ambas. No entiende como hizo, de donde salió la fuerza, pero las salvó. La casa es tema material, pero las salvó. Están con él, es que, “¿qué me hago sin ellas amigo?”. Que duro escuchar una historia así y que noble ser dejamos ese día en el muelle de Paracas. “Maestro y desde acá, ¿distingue a José? ¿o ya todos son José?”. Su sonrisa fue elocuente, pícara, cómplice. “Ya todos son José patrón, ya todos son José” y echó a reir. Hermosas las islas, fantástico el almuerzo, pero ese momento con José nos tocó fibras muy sensibles, las humanas.
José y José
Lo que sigue es reunirnos con el grupazo y hacer juntos que un tubular entre en una botella de vino. Primero lo primero, vamos a La Huacachina por aventura, adrenalina, emoción. Vamos a hacer los dichosos tubulares. Llegamos al maremoto de gente a pugnar por uno de esos vehículos salidos de Mad Max, necesitamos dos para tanto loco, así que el grupo se dividió. Mi esposa y yo nos fuimos en uno de 9 pasajeros con un piloto de no más de 25 abriles que, como es lógico, es un poco más “loquito” que los mayores. La montaña rusa no paró nunca. Hueco por aquí, rampa por allá, subida, bajada, duna, abismo, salto, revuelco y uno de los mayores vacilones de mi vida. Mi esposa discrepa absolutamente, no diré que lo odió pero si me queda claro que no lo hará de nuevo jamás. Yo sí. El sandboard fue un respiro a mitad de camino. Un divertido deslizamiento en la arena que malogró cámara y teléfono por un rato pero que valió la pena, para luego retomar la montaña rusa y regresar a la laguna. Como diría mi esposa en medio viaje (más bien lo gritó) “acaso estamos locos para hacer esto” y si, estamos. De otra forma que aburrida vida sin locura, yo quiero estar loco, yo quiero hacer esas cosas y muchas más. Sé que tú también.
Ignorante a la vista - Huacachina
Cerramos el paseo con una caminata por la laguna, algunas fotos contra el sol que me gustaron mucho y era hora de volver. Hora de decir adiós al grupazo y quedarnos los dos en el abrigo de la noche chinchana. Momento, solo un cebichito para el almuerzo y tanta adrenalina da hambre, me provoca parrilla. Encontramos el lugar y fuimos para allá. “El tubular me ha dejado mareada” me dijo sonriendo mientras nos sentábamos en la mesa. El pedido fue casi automático, “dame tu parrilla para dos y una botella de vino”. Empezamos a disfrutar la cena que debo decir fue cumplida. No notable, pero sí muy agradable. Primera copa de vino, salud mi amor y gracias por tan lindo día. Un brindis, unos segundos y de pronto mi querida esposa comienza a sonreir. “Estoy un poco mareada” pero sin dejar de sonreir. No le dimos mucha importancia y seguimos comiendo. A la segunda copa ya el tema era por decir lo menos divertido. Mi amada parecía dopada, como recién anestesiada o como adolescente que toma licor por primera vez. La sinceridad a flor de boca, una sonrisa dibujada y una especia de euforia bien llevada. Es que de verdad, si cosas así pasaran al menos una vez al mes, yo no me quejo. Me divertí mucho a merced de mi señora y ella lo sabía. Era un estado de modorra consiente que lo hacía más ameno aun. Ya el broche de oro fue al terminar de comer el pollo en que dejó una mínima porción, un pedacito, una puntita. Le pregunté porque dejaba eso y me respondió sabiamente “no, la puntita no, así es como empiezan los problemas”. Nos reímos como locos y envidié mucho su estado semi consiente. Claramente no era nada serio para su salud, solo que el vaivén endiablado del tubular se vino con ella y se metió en la botella de vino, para regalarnos un memorable cierre de noche del día 3.
“no, la puntita no, así es como empiezan los problemas”
Espera un momento, entre tanta emoción se nos fue el día y no buscamos a la familia. Cerré los ojos con la preocupación de abrirlos muy temprano para cumplir mi misión. Mis abuelos andan por aquí, mis raíces andan por acá, caminando estas calles hace 70 años, en sus rincones y en sus recuerdos y yo debo encontrarlos mañana. Debo y lo haré.

jueves, 4 de agosto de 2011

Tres chinchanas en un solo día – Día 2

PRIMERA CHINCHANA Gracias a la excelencia de la noche previa en Casa Andina, amanecimos lo más temprano humanamente posible y para las 9.30am ya estábamos bañados y casi listos, cuando sonó el teléfono. Era Patty, la tía de mi esposa, que nos llamaba para saber que tal llegamos el día anterior y que hicimos todo el día, además de hacernos una pregunta que me sonó extraña. Patty dijo ¿y dónde van a desayunar, chicos? El día anterior, en el taxi de ida a Casa Andina, el taxista muy amablemente nos recomendó desayunar en LORENA, una chicharronería muy reconocida en Chincha y en plena carretera. Se lo comentamos y me sorprendió aún más que nos pregunte donde queda, para luego aclararme que estaba con la familia a punto de llegar a Chincha, pues al final se animaron a hacer el viaje también. Les dimos el encuentro en LORENA II (si pues, tienen dos locales) y realmente disfrutamos en exceso de sus chicharrones. Yo no sé si serán los mejores del país, ahora muchos dirán “no, nada como La Sarita” o “se ve que no conoces el KIO” sin dejar de pensar en “te falta ir a Lurín” entre otras reacciones. Pues les diré que a todos ellos he ido, pero como en LORENA, chicharrón NO he comido. Y se los digo en verso.

Chicharrón de LORENA

Terminado el opíparo desayuno, nos despedimos pues Patty se iba con todo el clan a Paracas directamente y nosotros seguiríamos con el itinerario. Solo saliendo de LORENA, nuestra primera chinchana del día, notamos que al frente quedaba la bodega Bailetti, hasta ese momento desconocida para nosotros. Eran poco más de las 11am por lo que degustar estaba fuera de discusión pero igual entramos a conocer. No resistí la tentación y luego de pasear y algunas fotos, me vi tentado por lo que llamaron “su mejor pisco”, según me comentaron, un mosto verde recientemente elaborado. Me tomé la licencia de probar una pequeña cantidad (considerando la hora) como para bajar el chicharrón y quedé maravillado. ¡Calidad por encima de cualquier discusión! Definitivamente volvería antes de regresar a Lima para comprar unas botellas. Además, esa pequeña cantidad me entonó muy bien y me puso las pilas, por lo que mi esposa y yo tomamos (no, no más pisco) un taxi y decidimos no parar hasta llegar a El Carmen, su música, su zapateo y toda su magia.
SEGUNDA CHINCHANA Apenas uno llega a El Carmen, se escucha en cada esquina una cadencia diferente en el caminar de la gente. Un paso “bailetón y travieso” propio de quien tiene música en la sangre y ritmo en las entrañas. Lo que se hereda no se hurta y a nadie le queda duda que El Carmen es cuna de zapateo, música negra, arte y cultura, además de notables deportistas. Da pena si, que el abandono sea latente. No sentí en ningún momento (siendo 29 de julio) que hubiera el mínimo esfuerzo por hacer de este rincón un paraje turístico atractivo. Es simplemente que la vida sigue su curso y por esos días viene más gente, así que hay que aprovechar. Hasta este punto del viaje, todas las llamadas de atención posibles a las autoridades que simplemente no estuvieron nunca para hacerme sentir que se trabaja por mejorar.
Ya en la Plaza, cada medio paso te topas con grupos de adolescentes que desarrollan elaboradas coreografías de zapateo esperando la gracia del público con alguna moneda. Es impresionante lo fácil que lo hacen ver. Consultamos por la familia de familias en El Carmen, “chicos, ¿saben dónde queda la casa de los Ballumbrosio?” y nos dieron las señas para llegar terminando con “en el poste rojo, ahí es”. Dimos con la casa-templo, todo un santuario a la tradición de la familia, y nos informaron que el show era recién a las 4pm, por lo que podíamos volver más tardecito. Aun no era ni la 1pm así que decidimos cumplir un punto básico del itinerario: MAMAINÉ.
La gente de El Guayabo es gente buena, sencilla y amable. El Guayabo es un caserío muy cercano a El Carmen donde un día una cocina se abrió al mundo y desde ese momento, no hay quien diga que pasó por ahí y no comió donde la gran (en todo sentido) MAMAINÉ. Luego de un complicado camino de trocha, llegamos a “El Refugio de Mamainé” y de solo acercarte, te llenas de hogar, de olor a la cocina de la abuela, de historia. Con mucha suerte conseguimos una mesa rápido, ya que la gente no paraba de llegar. Como es costumbre en todo restaurante típico de la región, un grupo musical animaba el almuerzo y grupitos de baile de todas las edades distraían a los comensales. El día 1 me aguanté las ganas de pedir Manchapecho porque el de MAMAINÉ es simplemente una leyenda culinaria que no me podía perder, sin embargo mi expectativa fue ampliamente superada cuando me encontré con el “Mixto Mamainé” y mi esposa con el “Tacu Tacu Mamainé”. El Tacu Tacu estaba acompañado de seco con frejoles y cau cau, pero mi mixto era una cosa de locos. En un solo plato todo lo que hace de la cocina chinchana lo que es: Manchapecho, seco con frejoles, cau cau y arroz blanco. Los que no saben, ya a estas alturas dirán que cosa es el bendito Manchapecho; pues los que saben dirán que no es otra cosa que la combinación en un plato de carapulcra con sopa seca. La experiencia gastronómica fue embriagadora, más aun acompañada de un borgoña, y la nota de cierre fue la salida al salón de la propia MAMAINÉ que bailó, encantó y se tomó fotos con todos. Una mujer hecha a punta de olla y cucharón para quitarse el sombrero y hacer sonar los tenedores al aire. ¡¡¡GRANDE!!!

Mixto MAMAINÉ

Ya de vuelta en El Carmen, es de destacar el impecable show de la casa de los Ballumbrosio que se paga con la voluntad en la cajita y que se lleva para siempre en el corazón. Mi esposa tuvo una genial idea y antes del show se jaló a uno de los zapateadores para que le dé una clase relámpago con coreografía incluida. Quedó grabado en un video que guardo para mí pero es una experiencia que compartiremos como la nota diferente, lo que ese día nadie hizo, lo que siempre nos acompañará. De mencionar también al pequeño AMADU, el bebé de la casa de no más de 2 o 3 años que ya baila, toca cajón y encanta a todos. IMPERDIBLE.
TERCERA CHINCHANA Como para cerrar el día, ya de regreso a Chincha con la caída del sol y la llegada del primer grupo a quedarse con nosotros en el hotel, desde que nos vimos nos dijeron “tenemos hambre, ¿dónde comemos?”. Nosotros aun satisfechos del almuerzo, les pedimos al menos una horita para recuperarnos, luego de la cual les sugerí una pollería que yo conocía en la Plaza de Sunampe. “No tiene nombre pero es demasiado buena, pollo broaster con camote cortado y frito como si fueran papas” les dije. En realidad no tiene nombre afuera, pero todos lo conocen como LA PRISCILLA que es el nombre de la señora que se esconde en la cocina para sacar maravillas únicas. Vamos donde LA PRISCILLA entonces. El único plato que sirven es el pollo broaster y ni te atrevas a pedirlo con papas, porque la Sra. Linda, que es quien atiende, te come con zapatos y todo y te dice “nada de papas, acá solo se sirve camote”. Estuvimos muy cerca de esa experiencia, así que doy fe que la Sra. es de cuidado, “lo que Ud. diga, lo que Ud. diga. Camote será” fue el consenso. Luego de esperar cosa de 45 minutos, porque se hace todo al momento y lo vale, llegaron a nuestras mesas unas canastitas conteniendo crujientes piezas de pollo (que KFC ni que nada, con todo respeto, pero no hay nada que comparar) y delgados cortes de camote frito. Sin cubiertos (y repito, ¡ni los pidan!) así que a engrasar dedos y bocas. Éxtasis total, PRISCILLA nos dio un cierre más que redondo, de un día más que delicioso. No dudo que heredaré un par de kilos difíciles de bajar de este día, pero los recuerdos, los sabores y las experiencias pesan más y valen todo.
Pollo de LA PRISCILLA (antes)

Pollo de LA PRISCILLA (después)
Es así que el día dos cerraba la cortina con tres chinchanas haciéndolo inolvidable para nosotros y con una sonrisa en la cara que no tiene ni Garfield después de la lasagna. El segundo día no dejó mucho espacio para la búsqueda familiar, pero si nos permitió ubicar las calles y la zona donde mis abuelos iniciaron la historia de mi familia, a la pasada nomás, porque ya mañana nos escapamos a preguntar, a ver qué pasa. Sigo sintiendo que me esperan. Mañana seguimos, hay tiempo…

miércoles, 3 de agosto de 2011

Chincha, cuna de campeones – Día 1

Recuerdo el especial momento en que con más entusiasmo que oportunidades le dije a mi esposa “reina, que tal Chincha para 28” y ella logró maravillarme una vez más con su “ya, mostro”. Luego como es lógico, me pregunto que había para hacer por allá y yo le conté de los increíbles potajes, la gente, la jarana y todas las bondades de la región. Ella añadió su cuota de ilusión porque yo conozca al fin Paracas y el trato se selló. ¡Iríamos a Chincha! La nota emotiva la puso el hecho que mi amada abuela, dueña de muchas líneas de esta cruzada, fuera Iqueña y mi recordado abuelo chinchano. Es así que cuando la visité y le comenté del viaje le pregunté por su vida en Chincha pues sería muy interesante y emotivo tratar de caminar sobre sus pasos 70 años después. Mis abuelos se casaron y se fueron a vivir a Chincha Alta en 1938 así que sería una tarea dura, pero sentí desde un inicio que me estaban esperando.
Poco a poco fuimos hurgando en su memoria y encontrando referencias, direcciones, algunos nombres y claro, la que fuera la bebida gaseosa que mi abuelo produjo en los 40’s y 50’s en su natal tierra, la no poco popular CITRON COLA. Con todas esas referencias, llegó la fecha indicada y fue momento de partir. Salimos el 28 de julio muy temprano en la mañana a buscar desconexión, relax, comida y bebida abundante, naturaleza, aventura pero sobre todo, mi titánica búsqueda de la reconexión a mis raíces después de tantas décadas y dos generaciones después.
Aun no habíamos terminado de pasar Cañete cuando una llamada nos reveló que tendríamos grata compañía. Familia y amigos se intersectarían con nosotros en más de un punto, empezando con el almuerzo de 28. Estaban en camino en una pequeña caravana multifamiliar con grandes y chicos. Llegamos a Chincha casi al mismo tiempo y nos encontramos en la Plaza. Una bonita y sencilla Plaza, primer punto fotográfico y referente geográfico de cualquier viajero. Luego, ya muy tarde, notaríamos que nunca nos tomamos una foto ahí.
Éramos un nutrido grupo de 18 limeños entre los 3 y los casi 40 años y estábamos hambrientos. Nos acercábamos peligrosamente al mediodía y había que hacer algo al respecto, así que Wilinchi nos sugirió ir a visitar a la Melchorita en el distrito de Grocio Prado y luego aprovechar para comer cerca, según él sabía, en uno de los buenos sitios alrededor. Eso hicimos, nada que reprochar. Llegando, en la Plaza nos recibió la más variada feria de comidas organizada por el colegio del distrito. Más de uno se animó por la causa y algún picarón pero nosotros preferimos esperar al almuerzo para dar rienda suelta al apetito creciente que traíamos desde Lima. Paseamos por un santuario de la Melchorita que la verdad está terriblemente cuidado, con mal gusto decorado y tristemente presentado. Punto no destacable. Sin embargo justo al frente nos enamoró una tienda hecha de mimbre y detalles, de arte y trabajo, de manos y creatividad. Los más variados adornos, carteras, sombreros, sillas, forros y un interminable etcétera de artículos de mimbre delicadísimamente bordados a mano. Mi esposa se enamoró de un sombrero y yo me enamoré de ella usándolo. En ese momento se convirtió en compañero de viaje.
Finalmente, ¡hora de comer! Y el dato era un restaurante a la vuelta, así que bordeamos la manzana y en la esquina lo vimos, un restaurante sin letrero ni mucha convicción aparente por recibir a tan numeroso grupo, sin embargo nos arriesgamos a darle una oportunidad. Cada quien pidió lo suyo, entre arroces con pato, manchapechos (¿saben que es? Luego les cuento…), milanesas y por ahí un seco con frejoles. A mí me tocó compartir un arroz con pato con mi esposa, ¡es que era enorme! Yo soy de buen comer, como dice mi abuela “a ti que te mantenga el gobierno” pero ese plato era para mandarme a dormir si me lo comía solo, así que mita mita mi amor. Aunque mi querido Víctor Hugo tuvo que terminarse algo de 4 platos por convicción más que por hambre, así que algo más comí en aras de ayudarlo. Como dije antes, nada que reprochar. Delicioso inicio de viaje, un arroz con pato NOTABLE.
Terminada la comilona, el grupo se dividió. De los 18, 16 siguieron camino a Ica y 2 nos quedamos en Chincha. Ellos harían Paracas el 29 pero en nuestra agenda eso era tema del 30, así que nos quedamos en nuestro hotel. Buen hotel, recomendable. Acogedor al máximo, excelente trato y buenos precios. No en la mejor ubicación, pero la verdad que no es algo que afecte, lo compensan sobradamente. Si van a Chincha, busquen el Hotel Súmar y verán lo que les digo.
De pronto nos encontramos solos en Chincha, la tarde caía y pensamos en buscar las huellas de mis abuelos pero ya era tarde, no será hoy. Complicado entrar en callecitas de noche. Mejor esperamos un poco y salimos a reconocer la noche chinchana mi amor. A ver que nos trae.
La verdad no trajo mucho, eran las 8pm y las bodegas ya estaban cerradas. La vida nocturna era casi nula para ser 28 y la idea a la que nos resistíamos terminó primando. Vamos a conocer el Casa Andina. La mejor decisión posible. Fuimos al bar del hotel y nos encontramos con un lugar muy bello, con gente muy cálida y con tragos muy ricos. Pasaron los minutos y pasamos nosotros al ambiente de karaoke a divertirnos un rato. Pero espera un momento, es 28 de julio y estamos en Chincha así que esto no está bien. Afuera en el bar empezaba a armarse la peñita y eso nos devolvió al cauce. Salimos. Tremenda jarana con guitarra, cajón y cantante de lujo. Voz privilegiada, actitud de grande y todo el repertorio que hace de nuestra música lo que es, todo ello con un desfile de sours de diferentes sabores y cervecitas heladas. Terminamos cerrando la jarana cantando a coro un desgarrado “Cuando llora mi guitarra”.
Ya como epílogo, nos regresamos un rato a la sala de karaoke pero ya las criollas empezaron a desfilar en pantalla y un nutrido grupo que incluyó un reencontrado amigo y su familia, cantábamos a coro.
El día uno terminaba y era hora de volver al hotel, mañana nos espera más que ver, comer y conocer y quizás, con suerte, me cruce con mi abuela de joven y con mi herencia de historia. A descansar, mañana continuamos…