jueves, 11 de agosto de 2011

Raíces de orgullo – Día 4 (Final)

Llegamos a Lima el domingo 31 de noche y luego de casi dos horas de interminable cola en el terminal de Chincha. Decidimos no ir hasta la estación en la Av. México y bajarnos en el paradero del puente Benavides, cosa que de por sí ya me estresaba bastante. De noche en medio de la carretera con las maletas no era mi ideal de llegada. La cosa se puso más de escena de acción porque la película del bus (que no pudimos terminar de ver) era Transformes 2 y ya estaba casi al final en plenos bombardeos, disparos y explosiones. Casi nos sentíamos dentro. Bajamos, rescatamos las maletas de la bodega del bus y empezamos a caminar, cada vez más rápido hasta que se rompió la pata de una maleta, hacia las escaleras. Luego hacia la URP. Finalmente, a tomar el taxi, respirar con alivio y volver a casa.
Todo lo que pasó desde que bajamos del bus hasta que llegamos a casa fue digno de “El Fugitivo”, “Indiana Jones” o “McGyver”. Estresante, riesgoso, complicado. Sin embargo entonces, ¿por qué no parábamos de reir? ¿Por qué todo fue tan divertido? ¿Por qué parecía que nada malo podría pasar ni nada molestarnos? ¿Por qué todo era perfecto?
Ese día nos levantamos temprano, con la sensación de día corto. A más tardar a las 4pm ya queríamos abordar el bus para llegar de día y teníamos la tarea más difícil y a la vez importante por delante: Encontrar a la familia, mis raíces.
Mi abuela me había dicho que vivió en el Jr. El Carmen y ya días antes lo habíamos encontrado. Una pequeña callecita paralela a la Plaza, a espaldas de la Municipalidad. Sencilla, pintoresca y tan parecida a las demás que no tendría nada de diferente, solo que en la cuadra uno vivieron las personas más importantes de mi vida, a las que les debo quién soy. En esa callecita sencilla, pintoresca y tan parecida a las demás vivieron mis abuelos, iniciaron mi familia como la conozco. Vivió mi madre y mi Tata desde que nacieron. En esa callecita sencilla, pintoresca y tan parecida a las demás viví yo sin existir y hoy volvía a caminar sus pasos. La emoción que sentí me excedió y las lágrimas asomaron pero a los pocos segundos pensé “¿y ahora?” considerando que más que la cuadra uno no sabía y quizás ahí terminaría mi búsqueda.
Tomé unas fotos y filmé un poco. ¿Qué más podía hacer? Y noté que a menos de media cuadra había un hotelito sencillo, simpático, donde una señora de cerca de 60 años barría la entrada y conversaba con los transeúntes conocidos. Decidí acercarme a tratar de explicarle y a ver qué pasa. La sonrisa y amabilidad de la señora se pusieron de manifiesto y me dijo “uy papito yo no soy tan antigua pero… a ver…” y empezó a cerrar su negocio desde fuera. “Mi amiga que vive acá a media cuadra debe saber, es la mayor por acá y si alguien sabe, es ella”. El corazón, ese viejo amigo del que mi esposa es dueña y señora, empezó a latir más rápido, como ganándole a mis pasos, como queriendo llegar antes que yo.
Desayuno en LORENA
La Sra. Cristina estaba en casa, pero aun descansaba. Muy temprano, así que como quien hace hora nos fuimos a desayunar con LORENA. La tentación de sus chicharrones fue irresistible. Lamento decir que al salir encontré la bodega Bailetti cerrada, por lo que me quedó pendiente la tarea de comprar ese pisco de dioses que probé el Día 2. No dejaba de ver el reloj. Fuimos por un poco más de encargos y recuerdos para completar el tiempo y se me ocurrió ir a conocer el viejo Estadio de Chincha. Una pena, lo derrumbaron junto con sus laureles deportivos y con sus campeones, junto con su pista atlética y con sus recuerdos. Se fueron, ojalá que en su lugar llegue uno mejor para continuar la tradición, pero un cartel a lo lejos que dice “LOS PORTALES” me hace dudar que sea así. Una pena, lo derrumbaron pero así es el progreso. Derrumba lo que debería quedar y deja lo que debería desaparecer. Es que derrumba a los pobres para que no se vean. No dejaba de ver el reloj.
Una vuelta más y volvimos. Ahora si la Sra. Cristina estaba lista para nosotros, le habían anticipado el motivo de mi visita y su euforia al abrir la puerta fue total. “No puedo creer que venga a verme el nieto de mi amiga”. Mi corazón saltó y yo caí sentado, la emoción era no tanto del encuentro, sino de lo que estaba por escuchar. Mi esposa, testigo de excepción, no disimuló una sonrisa emocionada y me tomó la mano. “Sentémonos, hay tanto que conversar hijito”.
“Dime, ¿cómo está mi amiga?” y claro, yo le conté un poco de lo que era la vida de mi abuelita por estos días, para que luego la Sra. Cristina, como es normal, hiciera un paralelo en su propia vida y razonara con nosotros sobre lo único cierto y definitivo en la vida: “la edad hijo mío, los años pasan por todos igual”. A inicios de la conversación se nos unió su hija Carmen, quien para mi fortuna tenía el hábito de ser una suerte de cronista de la Chincha antigua y conservaba fotos, recuerdos e información de la época de mis abuelos.
Entre las dos nos remontaron a una época que casi siento que viví, cuando Valdelomar aún era el referente de la zona (a la sazón tío de mi abuela), el hijo predilecto recién desaparecido. Cuando para ser campeón había que ser chinchano y todo chinchano era campeón, para vivir ahí había que saber tomar pisco, ¡qué cosa! Entre los recuerdos de la Sra. Cristina que su hija Carmen se encargaba de aclarar y las crónicas que ella misma guardaba para que su madre pintara con el color de 1940, recibí mucho más de lo que fui a buscar. Recibí además los mejores comentarios sobre mi abuelo, un caballero ilustre en Chincha Alta por esos años, parte del grupo del Club Internacional y destacado empresario de bebidas gaseosas, amigo de todos, compadre de algunos, enemigo de nadie. Los más tiernos recuerdos de mi abuela, hermosa dama ella, “periquísima tu abuelita, andaba regia siempre” me dijo. Detalles de cómo se reunían para aprender costura fina y disfrutar de las chicas corriendo por la calle, lindas niñas que luego serían bellas mujeres y mejores madres. Una de ellas la mía. Ya moría la conversación, pues la Sra. Cristina estaba cansada (aunque por ella seguiría sin tregua), con la promesa de su hija Carmen de averiguarme más sobre ellos y su vida allá, cuando la Sra. Cristina alza la vista como el flash de un recuerdo final y dice “¡pisquera como ella sola!” a lo que yo solo pude agregar de forma automática “si, hasta ahora es así”. Entonces, todos nos echemos a reir. Le di una llamada a mi abuela por el celular para que conversen un momento, un gran y emotivo momento, una mirada al pasado delante de nosotros, un guiño de ojo al tiempo que si pues, pasa para todos por igual, pero en ellas hizo una excepción, una pausa, fue para atrás un momento y nos regaló algo irrepetible. Finalmente nos despedimos con la tarea pendiente de volver, créanme que lo haremos y pronto. No todos los días te encuentras con el tiempo.
Un guiño de ojo al tiempo
El viaje continuó por unas horas más en que visitamos la bodega Naldo Navarro, resentida con el paso del tiempo pero aun con ese olor a tradición, a pisa de uva, a artesano. Yo ya no me pude sacar del corazón lo vivido con la Sra. Cristina, pero la pasamos muy rico. Compramos vinitos, cremas y macerados aquí y allá, tejas y claro, galletas de agua para la abuela. Su único encargo.
La Pileta del Vino - Naldo Navarro
Hora de irnos mi amor, hora de volver a casa. Aunque, aquí también estuvimos en casa. “Me encantó” me dijo ella. “Entonces, ¿volvemos pronto?” repliqué. “OBVIO”.
Hoy conozco un poco más a mi patria, conozco un poco más a mi familia, conozco un poco más a mi esposa. Hoy me siento un poco menos ignorante, pero mucho más CHINCHANO.


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